domingo, 17 de enero de 2016

Mirar por la ventana

 Es inevitable en ésta ametralladora de deseos venturosos de fin de año y año nuevo, en medio de la aceleración clásica de éstas épocas, en esa búsqueda de la desaceleración tan añorada de las vacaciones, o la aceleración vacacional, se cuele entre las rutinas diarias algo de pensamiento. No de ese pensamiento que sirve para resolver algo puntual como planificar, atarse los  cordones, armar una carpa, dibujar, o construir una estación espacial, sino ese que sirve para dudar o preguntarse acerca del mismo pensamiento. ¿Por qué? No por qué se cuela, o por qué duda, ya que de hecho el pensamiento siempre está ahí queriendo interactuar con todo y dudar bastante. Sino mas bien: por qué éste pensar, (formar ideas, representaciones, relaciones entre ellas) esta ligada a la supuesta existencia de que hay alguien que piensa. 

         En este mundo y sobre todo hoy en el de las ideas innovadoras, el pensamiento parece ser un bien preciado, del cual unos se jactan, otros envidian, otros se esfuerzan por cultivarlo y algunos lo aborrecen, porque el mundo de las ideas parece  tener un peso, una diversidad y riqueza tan vasta, tan inmensa que parece ser el único camino posible para solucionar tantos problemas que se presentan. Y es seguro que el universo de las ideas cumple un rol muy importante, ha construido cosas maravillosas, sorprendentes, útiles, sin embargo este mismo mundo de las ideas, el pensamiento, también ha construido guerras, miseria, hambre, destrucción, abandono, horror.   
          Observar con simplicidad esto podría llevarnos a decir que estos son los aspectos del “alma humana” luz-oscuridad, día-noche, vida-muerte, polaridades danzando que coexisten en el ser humano y que debemos reconocer como tales. Pero si el pensamiento es dual y tanto crea como destruye. ¿que es lo que hace que se vuelque hacia una cosa o hacia la otra? Cuando digo “Yo pienso”, y el lenguaje crea un “yo” que piensa, es decir un “yo” que utiliza el  pensamiento, se produce una división entre algo que tiene determinadas características y que dependiendo de ellas va a determinar el tipo de pensamiento que va a tener o hacia el cual va a propender y el pensamiento.

          Tentado a revisar textos filosóficos, a buscar bibliografía autorizada, revolver en el acervo cultural a la distancia de un clic, o varios, o cientos, para no meter la pata, para no pasar por poco instruído y demás, conservar cierta rigurosidad académica,  uno decide no revisar nada y aceptar su absoluta y atrevida ignorancia acerca de lo que otros dijeron. Aunque es probable que lo que otros dijeron se haya colado a través de la cultura, de lo alguna vez leído, escuchado o vivido, saliendo así inevitablemente a la luz en ésta construcción y deconstruccion, transformación constante, que es esto que uno llama “uno mismo”. Y que mejor para conocerse “uno mismo” que prestarse atención, sin confundir esto de “prestarse atención” con solo estar pendiente de uno. ¿Pero “uno mismo” es lo mismo que “yo”? ¿existe tal cosa como un “yo” que piensa? ¿qué es yo?


…y yo que sé

          Supongamos que el “yo” es una creación del pensamiento, es decir: esa idea que uno se ha creado de uno mismo. “yo” soy “así” o “asa”, etc. Ahora supongamos por un momento  que no pensamos, “no pensar” (dejando absolutamente de lado la posibilidad de que el “no pensar” signifique comportarse como un lelo, actuar como un desenfrenado o convertirse a un estado “vegetativo”, sino que suponiendo que ese “no pensar” es la: absoluta extinción del “yo” ).
          Antes, brevemente, es claro que es necesario utilizar el pensamiento para dudar acerca de si hay algo mas que el pensamiento, o si “uno mismo” es sólo pensamiento. Y aquí surge un problema: ¿cómo puedo saber lo que es “no pensar”, pensando? Otro problema: ¿quién es que piensa? ¿Es “yo”? Si parto del primer planteo en donde el “yo” es una creación del pensamiento (es decir un pensamiento), ¿como es posible que sea “yo” el que piensa? ¿Es un pensamiento el que piensa? Si no es así y el “yo” está antes del pensamiento, es decir: el “yo” que utiliza el pensamiento, ¿que es entonces el “yo”?  

       La maestra pregunta: “¿quien tiene computadora?” Varios responden: “¡yo!”, “¿quién se llama Pedro?, ¡yo!” “¿Quién fue al cine ayer?, ¡yo!”, etc. 
      ¿Que es ese “yo” que colecciona experiencias, objetos, que dice “yo soy así”, “yo no soy así”, “yo puedo hacer esto” pero “yo no puedo hacer aquello” , “yo tengo esto” pero “yo no tengo lo otro” , “yo quiero lo de “allá” o “yo quiero lo que tiene aquel”?

Identidad

         Cuando alguien me describe y me identifico con esa descripción, siento que tengo una identidad: un conjunto de rasgos o características que me diferencian de otros “yo”. Una característica del pensamiento “yo” es el buscar diferenciarse. Sin embargo el “yo” cambia, se modifica a lo largo de los años, en esa acumulación de objetos y experiencias, en la modificación del cuerpo como “principal centro de comando y pertenencia”, en su imagen reflejada en el espejo, en la estructura psicológica, en la acumulación de conocimiento y demás. El pensamiento cambia, el cuerpo cambia, es obvio que el “yo” cambia. ¿Es posible poseer una identidad entonces? ¿como se hace para poseer una identidad? ¿es el "yo" que lo posee? ¿cómo la construye?
          
          Este pensamiento “yo” creado en base a lo que “uno mismo” ve,  siente y recuerda, promueve una sensación unificadora (ayudada por la memoria) a lo largo de la vida, que provoca una sensación de continuidad, de coherencia, de orden. El pensamiento “yo” es el hilo conductor que enhebra los sucesos, estableciendo una trama con un patrón  reconocible y con cierta solidez, que habilita el identificarse: “este soy yo” y no otro.  Características, rasgos que parecen mantenerse a lo largo de una línea de tiempo, la identificación de un patrón genético, etc, pesquisas del pensamiento “yo” de auto afirmación de su identidad.
          Frases como : “yo he envejecido”, “yo he cambiado”, “yo pertenezco a”, “esta familia” “este grupo”, etc, pero no a “aquellos otros”, todo el proceso de identificación con “algo”, diferenciación de “algo”  y pertenencia a “algo” como parte de la propia construcción y validación del mismo pensamiento “yo”. El pensamiento “yo” posee una identidad, una diferenciación y una pertenencia.

            El pensamiento “yo” acepta sus cambios pero creando un “yo” fijo, un lugar psicológico desde donde “ver”, que experimenta o vive estos cambios. Es a ese “yo” que le ocurren las cosas, infiere ese sentido común.

            También es el pensamiento “yo” que establece una continuidad antes del nacimiento y después de la muerte. El lenguaje propicia esta idea grabada a fuego que surge de las primeras experiencias del ser humano que, no creyendo o aceptando un fin de ese pensamiento “yo”, a partir de las observaciones y mitos construidos debido a las interpretaciones y conclusiones de los sucesos del mundo (ciclo celeste, vegetal, animal, nacimiento, muerte, vida, regeneración), también concluyó en la idea de un ciclo y continuidad de este pensamiento “yo”. Está claro en el enterramiento de miembros de las tribus antiguas con sus pertenencias personales, suponiendo la continuidad de algo con determinadas características, una identidad, cargando con un cúmulo de recuerdos, experiencias, habilidades, etc, que continuarían mas allá del fin de un cuerpo.


          Frases comunes como “yo” nací tal día o  yo moriré (como si la muerte le pasara al “yo” como otro suceso mas), “yo” iré al cielo o al infierno o “yo” reencarnaré. Todas expresiones del pensamiento “yo” en busca de lo eterno, la idea de existencia y continuidad...


¿Que queda?

          Retomando lo inicial, de que el pensamiento crea el “yo” y le da sentido, continuidad, razón, ¿que ocurre entonces si no se piensa? La dinámica del pensamiento se da casi todo el tiempo y por supuesto el pensamiento es útil, ¿pero es necesario todo el tiempo y en todos los ámbitos? ¿Si el “yo” desaparece, ¿que queda?
       
          Lo que queda no puede ser una estructura como la conocemos, pues no sería una creación del pensamiento y por tanto tampoco algo relacionado con la idea de una “estructura”. Allí no habría lenguaje para articular, allí no habría interlocutor, ni diálogo, ni “voz interior”. ¿Que ocurre cuando se observa algo sin el “yo”, sin la idea, sin el pensamiento como un incesante interlocutor? ¿Que hay en ese silencio? 
       
          Se observa no “lo que se interpreta”, si no “lo que se ve”, sea lo que sea que se ve. El “algo” que el “yo” ve, ya no es una cosa distinta del “yo” que ve. No existe un intermediario construido que abstrae (separa) aquello que ve. Y que de alguna manera se separa de aquello que ve. Esto no significa que “lo que es visto” es lo mismo “que lo que ve” sino que la observación de eso que “se ve”, no esta condicionada por el filtro pensamiento“yo”. Hay una experiencia directa, absoluta, total con aquello que “se ve”. Allí no hay escisión.

¿Que tipo de relación surge a partir del vínculo sin ese intermediario, sin esa escisión, que divide, sin esa herida, esa  brecha en la relación con lo observado, sin ese observador que ve, analiza, sopesa, etc, y que dice de él mismo: existo, observo, analizo, creando el  “yo” que observa y  el “algo” observado? 

Cuando el pensamiento y su mecánica no está y por tanto el “yo” que es un pensamiento no está, ¿qué queda?

          Visto desde el pensamiento “yo” que pierde existencia, sucumbe al miedo, a la idea de vacío, de nada, de no ser. El “yo”es decir: “ese pensamiento que imagina pensarse a él mismo como algo que existe verdaderamente”, sin pensamiento, o mejor dicho transformado en pensamiento temeroso, teme porque sin él (supone) desaparece. Temor a la idea de extinción, temor a la idea de “no ser”, temor a la idea de vacío. Sin embargo, ¿hay algo mas allá del pensamiento, algo mas allá del “yo”? 

        Obviamente sí. Sería absurdo y arrogante suponer que no lo hubiera. Los árboles no los ha creado el pensamiento, los ríos y mares, los demás animales, toda esa inmensa diversidad, etc. Ahora sin llegar a ninguna conclusión a la que pueden haber arribado otros, como por ejemplo, la creación de un ser supremo o la interacción casual de la materia pura o la combinación de ambos (binomio cuerpo+alma); mas allá de ese juego de polaridades, o algo mas allá  del integrador yin y yan donde cada uno posee algo del otro, un poco mas allá de todo el entretenimiento imaginativo, catártico y sublimador, creado por el propio pensamiento para dar un sentido y un orden, está el verdadero sustrato sin el cual la estructura del “yo” (el pensar) no puede ser. Ese sustrato (y que para nada es el mero reconocimiento de una estructura biológica, su funcionamiento y demás) y que necesariamente debe ser una realidad totalmente diferente de lo conocido, al no poder ser  abordado desde la dinámica del pensamiento y por tanto inaccesible al “yo”, no puede ser “conocido” desde esa estructura del pensar,  del “conocimiento” (como lo conocemos) y poco tendría que ver con la evidente pequeñez del constructo social humano en su fugaz e ínfimo destello, ubicado en una imaginaria línea del tiempo que supuestamente comenzó con una gran explosión...


¿De qué sirve?

          Ahora, ¿de que sirve plantearse esto? Viendo a través del pensamiento “yo” no sirve en lo absoluto. Al “yo” no le interesa indagar en esto. A no ser que lo convierta en un negocio, del cual saque algún rédito monetario, emocional o espiritual, es una pérdida de tiempo. Hay tanto por hacer, tantas cosas más importantes, más accesibles, fáciles, más cómodas, divertidas, más prácticas, mas eficientes y rentables. Hay tantos problemas, tantas cuentas que pagar, tantas deudas, uno o varios cuerpos que alimentar, una identidad que cuidar, la casa, el hijo, la familia, la mascota, el trabajo, la carrera, el orgullo, el éxito, el fracaso, la felicidad...  tanta necesidad y tan poco tiempo.  
         Ademas hay tanto que experimentar, que cumplir, que concretar, que realizar... El pensamiento “yo” desea realización. El pensamiento “yo” vive en esa construcción y representación que es esa línea de tiempo que ha inventado. Vive en el tiempo. Debe trabajar duro de la mañana a la noche para alcanzarla, debe esforzarse para llegar a un lugar que nunca alcanza. (Como Sisífo) Debe disfrazar en la frase “el camino es la recompensa” toda acción neurótica para alcanzar lo que fervorosamente desea. Y que más desea el pensamiento “yo” que sentirse, existir.
             Ya que  íntimamente reconoce su inexistencia, ese pensamiento “yo” busca “ser”, busca perpetuarse en la memoria, para pensarse poseer esa supuesta existencia, continuidad,  inmortalidad, que la memoria le conferiría, no solo en él, sino también en los otros “yo”.  Por eso si bien la memoria es importante para recordar como hacer ciertas cosas, el pensamiento “yo” la venera y rinde culto, y glorificándola construye a partir de ella: cultura, tradición, acervo, teniendo como principio rector el temor a que todo lo recolectado, identidad, características, todo lo que supuestamente hace que seamos lo que somos se pierda, aunque mucho de ello este fuera de actualidad, sea absurdo o  ya halla entrado en “estado de descomposición”.
           Dentro de estas formas culturales y tradiciones entre tantas podemos destacar el racismo, xenofobia, homofobia, discriminación a personas discapacitadas o enfermos, machismo. Formas tradicionales y culturales de alimentación, de convivencia, de “ser”,etc. El pensamiento “yo” tiene también su propio acervo, su propia cultura, su propia tradición dentro de su núcleo familiar, dentro de su grupo de pertenencia, su nación, etc.
          El pensamiento  “yo”, sabe que va a morir absoluta, tajantemente, ¿qué sentido aceptar su inexistencia, reconocer su raíz que es el miedo, observar su vacío, saberse nada, ser solo un obsesivo pensamiento que desea tener continuidad? Él busca y desea entretenerse, distraerse hasta que el último aliento de un cuerpo que tampoco obedece sus caprichos ni le pertenece, le quite la insoportable carga de saberse con un fin. 

        De que sirve saber esto, si  de “lo otro”, “ese sustrato”, no se puede sacar provecho, no se puede hablar sin enredarse, sin tergiversar, caer en un pozo depresivo (y quebrarse), convertirse en un cínico, sarcástico, en un amargado, hacer “intelectuología”, o sin convertirse en un fundamentalista, o ser preso de la fantasía, sentimentalismo y “positivismo” new age, lo cual en todos los casos sigue siendo una extensión y expansión del pensamiento “yo”: “enredo, confusión, depresión, cinismo, sarcasmo, elucubración,  fundamentalismo, sentimentalismo”. Entonces, ¿que es “este sustrato” que sencillamente está, y que no tiene nada que ver  con todo este espectro?

¿Qué es “este sustrato”?

          El lenguaje se basa en diferenciar, identificar, en convenciones, actividades típicas del pensamiento. ¿Dónde está este sustrato? ¿Tiene un lugar?  ¿Qué es “este sustrato” que “está” y que está vivo a pesar del “yo”? “Este sustrato” que de no estar “vivo”, el “yo” perdería todo sostén. “Este sustrato” que es necesario para que el pensamiento tenga existencia. Presente antes, durante y luego (dentro de esa imaginaria línea de tiempo) de la configuración del pensamiento “yo”. 
          Utilizo la palabra “vivo” como algo que tiene existencia y es independiente del pensamiento, y que vive de por sí. Que no tiene un rol, una función, un sentido (en términos sociales) que es inteligencia, pero no inteligencia entendida como la habilidad del intelecto para resolver problemas, ni circunscrita al pensamiento humano. Inteligencia que puede verse manifiesta en cualquier ser a simple vista, o a través de un microscopio, un telescopio, “presente” en el sentido no de una presencia que esta “aparte”, escindida, separada, sino plenamente integral, presencia en el sentido de “estar” y “ser” y esencia en cuanto a características propias en donde esa inteligencia se ha configurado de forma particular.
          ¿No hay acaso allí un orden? No lo que el pensamiento supone es “orden”, poner las cosas en diferentes cajones, clasificarlas, organizarlas según jerarquías, valores, etc, abrir y cerrar tres veces la puerta antes de estar seguro que cerró, levantarse siempre con el pie derecho, tirar sal sobre el hombro, repetir 10 veces un mantra, rezar dos veces el ave María antes de acostarse...

         Algunos dirán déjese de dar vueltas ese sustrato es Dios y punto! Y allí se terminaría el tema. Unos cuantos  libros sagrados explicando, con un poco de pasión, fantasía, imaginación, ilusión, símbolos y promulgando algún tipo de moral, absolutamente todo.


Otros dirán déjese de vueltas ese sustrato es el Universo, denos tiempo y fondos para investigar! Combinación de elementos químicos, reacciones, componentes, interacciones, etc. La ciencia en su mas pura esencia y pasión, investigando y descubriendo fenómenos reaccionando en cadena, produciendo toda esa diversidad.

  En los dos casos el pensamiento “yo” tiene una interacción directa, un
protagonismo relevante en las posibles explicaciones, resoluciones, convenciones. En ambos casos son construcciones comprobables o hipotéticamente posibles en el caso de la ciencia, o inexplicables (aunque con muchas explicaciones rebozantes en mito) de los fieles, en la religión o creencia de turno.

En definitiva el pensamiento “yo” termina siendo el esqueleto articulador de esas construcciones, y parece lógico que esto sea así ya que están construidas a partir del pensar. Siempre hemos vivido así. El “yo”, esa idea autovalidándose como algo que existe, sosteniéndose en la coherencia y andamiaje que le da el pensamiento ya que es quien lo construye. Ese pensamiento que sigue estando allí como protagonista absoluto y su relevancia adquiriendo proporciones cósmicas en relación a los fenómenos explicados.
Pero si se deja de lado el pensamiento, allí donde el pensamiento “yo” no existe y sin embargo y a pesar del pensamiento “yo” “uno mismo” ve, ese ver es el sustrato. Entonces ni Dios ni la Ciencia en su mas pura expresión y pasión, podrían venirnos a explicar ni siquiera este pequeño momento absolutamente vivo, ni descubrir como una mirada nueva no condicionada por ese interlocutor, descubre cosas jamás vistas,  que no necesariamente cargan con la  impronta espectacular del entretenimiento a que nos tiene acostumbrados Hollywood, pero que poseen una cualidad única y es que son irrepetibles, siempre increíblemente nuevos, inesperados, inagotables, en un “siempre” que está fuera de esa línea de tiempo, dotado de una belleza que existe sin necesidad de ser vista y catalogada de bella.

Mirar por la ventana

          ¿Que significado adquiere el vacío, la nada entonces cuando no existe un pensamiento “yo” que tema habitarlos? ¿Para quién “significa”, si el pensamiento “yo” se extingue? ¿Puede existir allí el miedo? ¿Es posible “no pensar”? ¿Es una decisión, una opción “no pensar”? Si el “yo” fuese un pensamiento ¿le sería posible la opción de “no pensar”? Y si el “no pensar” no es cuestión del “yo” porque el “yo” es un pensamiento, ¿a quién corresponde? ¿debe corresponder a alguien?

          El “yo” siempre “hace”, permanece en actividad constante (es pensamiento), en movimiento, siempre hambriento de hacer, sujeto a la ansiedad, el estímulo, al deseo, la necesidad de colmarlo. ¿Qué implica dejar de “hacer”? 

           Aquietarse y sólo observar, no-hacer. Observar todo, no desde un centro que todo lo ve sino ver sin un centro, que sólo exista observar, observar el movimiento del pensamiento  sin guía, observar su actuar, su velocidad, sus asociaciones ligadas a emociones, su actividad, pero sin brindarle en lo absoluto (abandonado en el no-hacer), ni una gota de energía, salvo allí en donde esa energía es solo ver. Ver como el pensamiento se desvanece, escuchar el latido del corazón, la respiración, la luz que pasa por la fisura de una ventana cerrada en un cuarto oscuro las partículas suspendidas en el aire, el sonido de las aves, el movimiento de la marea, el vaivén de las ramas, un rostro... ¿Quién ve desde allí donde el pensamiento, donde el “yo” no está? ¿Hay algo viendo desde allí? ¿Por qué el pensamiento pregunta quién hay? ¿Por qué el pensamiento quiere crear a alguien mas allí? ¿Hay realmente algo allí que ve? ¿O sólo es ver? ¿Puede la vieja estructura del pensamiento abordar esto? ¿Hay algo que no gire aferrado a la estaca del pensamiento “yo”?

          Uno mismo, lo que uno “es”, no es un centro desde el cual mirar. No es que sea “uno” y luego de éste vengan otros y así una multitud. No es un consejero forjado en la personalidad y carácter, no es heredado, no es parte de la tradición, no es un arquetipo, que dicte o sugiera el como actuar, el cómo ser, y sin embargo posee inteligencia en la acción, inteligencia que no pertenece a ningún “yo” ni exclusivamente a la humanidad, porque la inteligencia no es un terreno que pueda ser monopolizado o privatizado. En el “uno mismo” no hay división y sin embargo se reconoce que esto es “esto” y aquello es “aquello”. “Uno mismo” no  puede ser sometido al análisis psicológico ya que no tiene memoria, no tiene herida, sin trauma, no acumula experiencia, no crece ni decrece, no hay búsqueda por ser ya que sin esfuerzo es. Así no puede ser encasillado, capturado, atrapado en el tiempo, ni vendido, ni comprado, ni negociado, ni corrupto.  

          Aquí el  límite del pensar, el límite del lenguaje, su campo inmenso aunque limitado, girando entorno a un eje “Yo”. Mirar por la ventana siendo nadie, “uno mismo” sin límites, en completa libertad. Pero no la libertad orientada por el pensamiento “yo” girando sobre la concreción de sus deseos, buscando su propia satisfacción, realización, diferenciación, etc, a veces rebozando en obras humanitarias a veces aplastando cualquier cosa a su paso para sentirse, para ser, para existir, para realizar, para alcanzar, etc, (cosa imposible, inalcanzable para el  “yo” debido a su inexistencia) sino la libertad orientada por esa inteligencia sin dueño, “uno mismo”.

¿De que sirve esto? No sirve para nada y sin embargo lo cambia todo.

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